lunes, 19 de noviembre de 2012

Análisis literario # 9


Título:      LOS MEJORES RELATOS   DE TERROR  LLEVADOS AL CINE
 Autor:       Edgar Allan
Personajes:       Principales:

- George Langelaan
-Compañeros
-Esposa

Género:     narrativa
Especie:    cuento

Temas:

 La Mosca, George Langelaan
Sus relatos


IDEAS PRINCIPALES Y SECUNDARIAS:
Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre. Me casé joven y tuve la alegría de que Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato .Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordar la. Plutón tal era el nombre del gato se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle .Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) m i temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e in diferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacer les daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?,y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor .Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la

ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un corta plumas ,lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hicesaltar un ojo
ARGUMENTO :
cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas,lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hicesaltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño losvapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento anteel crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar alalma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos delo sucedido.El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojopresentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como decostumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Mequedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por laevidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero esesentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final eirrevocable, se presentó el espíritu de la
 perversidad 
. La filosofía no tiene en cuenta a esteespíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que laperversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de lasfacultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter delhombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometíauna acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay ennosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, unatendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritude perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo quetenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por elmal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligidoa la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo ylo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojosy el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordabaqueme había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo;lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal quecomprometería mi alma hasta llevarla si ello fuera posible más allá del alcance de lainfinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de:¡Incendio! Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo.Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todoquedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve queresignarme a la desesperanza.No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el

desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quierodejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas.Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabiquedivisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyabaantes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego,cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frentea la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención ydetalle.Las palabras ¡extraño!, ¡curioso! y otras similares excitaron mi curiosidad. Alaproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía laimagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa.Había una soga alrededor del pescuezo del animal.Al descubrir esta aparición ya que no podía considerarla otra cosa me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordéque había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma delincendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar lasoga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado dedespertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctimade mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de lasllamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre elextraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durantemuchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó miespíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué alpunto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitual mente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame,reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra queconstituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirandodicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra enlo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grandecomo Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor peloblanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida manchablanca que le cubría casi todo el pecho.Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotócontra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar elanimal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra altabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes nisabía nada de él.
Veamos qué ocurre dijo McDunn.Apagó la sirena.El minuto siguiente fue de un silencio tan intenso que podíamos oír nuestroscorazones que golpeaban en el cuarto de vidrio, y el lento y lubricado girar de la luz.El monstruo se detuvo. Sus grandes ojos de linterna parpadearon. Abrió la boca.Emitió una especie de ruido sordo, como un volcán. Movió la cabeza de un lado a otrocomo buscando los sonidos que ahora se perdían en la niebla. Miró el faro. Algo retumbóotra vez en su interior. Y se le encendieron los ojos. Se incorporó, azotando el agua, y seacercó a la torre con ojos furiosos y atormentados.¡McDunn! grité. ¡La sirena!McDunn buscó a tientas el obturador. Pero antes de que la sirena sonase otra vez, elmonstruo ya se había incorporado. Vislumbré un momento sus garras gigantescas, conuna brillante piel correosa entre los dedos, que se alzaban contra la torre. El gran ojoderecho de su angustiada cabeza brilló ante mí como un caldero en el que podía caer,gritando. La torre se sacudió. La sirena gritó; el monstruo gritó. Abrazó el faro y arañó losvidrios, que cayeron hechos trizas sobre nosotros.McDunn me tomó por el brazo.¡Abajo! gritó.La torre se balanceaba, tambaleaba, y comenzaba a ceder. La sirena y el monstruorugían. Trastabillamos y casi caímos por la escalera.¡Rápido!Llegamos abajo cuando la torre ya se doblaba sobre nosotros. Nos metimos bajo lasescaleras en el pequeño sótano de piedra. Las piedras llovieron en un millar de golpes. Lasirena calló bruscamente. El monstruo cayó sobre la torre, y la torre se derrumbó.Arrodillados, McDunn y yo nos abrazamos mientras el mundo estallaba.Todo terminó de pronto, y no hubo más que oscuridad y el golpear de las olas contralos escalones de piedra.Eso y el otro sonido.Escucha dijo McDunn en voz baja. Escucha.Esperamos un momento. Y entonces comencé a escucharlo. Al principio fue como

una gran succión de aire, y luego el lamento, el asombro, la soledad del enorme monstruodoblado sobre nosotros, de modo que el nauseabundo hedor de su cuerpo llenaba elsótano. El monstruo jadeó y gritó. La torre había desaparecido. La luz había desaparecido La criatura que llamó a través de un millón de años había desaparecido. Y el monstruo abría la boca y llamaba. Eran los llamados de la sirena, una y otra vez. Y los barcos en altamar, no descubriendo la luz, no viendo nada, pero oyendo el sonido debían de pensar: ahí está, el sonido solitario, la sirena de la bahía Solitaria. Todo está bien. Hemos doblado el cabo.Y así pasamos aquella noche .A la tarde siguiente, cuando la patrulla de rescate vino a sacarnos del sótano, sepultados bajo los escombros de la torre, el sol era tibio y amarillo.Se vino abajo, eso es todo dijo Mc Dunn gravemente. Nos golpearon con violencia las olas y se derrumbó .Me pellizcó el brazo. No había nada que ver. El mar estaba sereno, el cielo era azul. La materia verde que cubría las piedras caídas y las rocas de la isla olían a algas. Las moscas zumbaban alrededor. Las aguas desiertas golpeaban la costa .Al año siguiente construyeron un nuevo faro, pero en aquel entonces yo había conseguido trabajo en un pueblito, y me había casado, y vivía en una acogedora casita de ventanas amarillas en las noches de otoño, de puertas cerradas y chimenea humeante. En cuanto a McDunn, era el encargado del nuevo faro, de cemento y reforzado con acero.Por si acaso dijo Mc Dunn. Terminaron el nuevo faro en noviembre. Una tarde llegué hasta allí y detuve el co chey miré las aguas grises y escuché la nueva sirena que sonaba una, dos, tres, cuatro
veces por minuto, allá en el mar, sola. ¿El monstruo? No volvió.Se fue dijo McDunn. Se ha ido a los abismos. Comprendió que en este mundo no se puede amar demasiado. Se fue a los más abismales de los abismos a esperar otro millón de años. Ah, ¡pobre criatura! Esperando allá, esperando y esperando mientras el hombre viene y va por este lastimoso y mínimo planeta. Esperando y esperando.

COMENTARIO:


Una buena obra  de acción. Terror y miedo. Que ase que nos quedemos leyendo mas y mas .. has terminar de leerla .

MENSAJE:

Que la violencia no nos llevan por un buen camino más que a todo a los jóvenes ….

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